Director:
Julián Plana

Colaboradores:
Véase Página de Firmas

Producción:
Tarsis.net
La originalidad y la intención de Ortega no están en la primera parte de la frase, la anterior a la coma, sino en la posterior a esa coma.
De hecho, yo soy yo y mi circunstancia, que es una referencia al Ideen de Husserl, publicado meses antes (Ich bin ich und meine Umwelt), puede ser una sentencia disculpatoria: yo soy yo pero, claro, está también mi circunstancia...
Sin embargo, la frase completa de nuestro pensador nos obliga a la acción y nos hace responsables del resultado.

Clase de Lectura

 

¿Qué haríamos sin los informes Pisa?

Nos estupidizaría aún más la autocomplacencia.

Estos informes, como sabemos, sitúan a nuestro país en un mal lugar respecto a Educación; por ejemplo, en fluencia de lectura.

La lectura fluida, la comprensión lectora, son imprescindibles para el estudio (quizá no para ‘pasar curso’, que es otra cosa). Pero es más: cuando la facilidad de la lectura y su comprensión inmediata son excelentes, el estudio pasa a ser un placer. La investigación lectora se apodera de uno. Y, a lo largo de la vida, la lectura fácil ni siquiera le ocupa mucho tiempo, dejándolo para la reflexión, contraste y asimilación, la acción correspondiente, e incluso la creación técnica, artística, vital. El gozo de estar vivo. Y de viajar, comprar libros…

A veces me pregunto por qué mis compañeros de curso de bachillerato son todos unos triunfadores. ¡Incluso el inveterado último de la clase!

Entonces me acuerdo de las diarias, largas, pero apasionantes, clases de lectura: teníamos 9, 10, 11 años; los quizá cuarenta nos desplegábamos en corro, pegados a la pared, en pie, alrededor de los viejos pupitres que, vacíos, hacían parecer desierta el aula.

Del Nokia 033

Una de esas míticas ‘butacas de lectura’, compradas pero acondicionadas posteriormente a gusto y comodidad del ‘lector’…

Ya estábamos en el corro, en el orden de calidad de lectura del día anterior; por fluidez, pronunciación, entonación, voz, y vivacidad y originalidad de la comprensión, como veremos. Todo ello a juicio del tenso árbitro, el profesor.

Había un primero y un último, claro. Pero todos teníamos todas las oportunidades. De avanzar o de retroceder.

Todos con el mismo texto en las manos. Empezaba a leer uno, el que decía el profesor. Según cómo lo hiciera, iba a ordenarle adelantar o retroceder n puestos, o no.

Le interrumpía para mandar que siguiera otro, por sorpresa; leyendo o interpretando lo que se acababa de leer, con sus propias palabras (a veces, pedía que hiciera esto último el mismo que lo había leído, claro). Salto de puestos. Un número variable de éstos, según el acierto o la torpeza. Y otra vez, y otra, con ritmo.

Si no se sabía dónde seguir, o cómo interpretar el texto, si se bloqueaba uno, al último puesto. Ya podría volver a escalar.

Era, digo, apasionante, desafiante.

Y así leíamos fragmentos de las grandes obras clásicas (que esmaltaban aquellos humildes libros de texto, que valían de un año para otro a hermanos, etc.).

¡Qué sencillas son las cosas importantes!

Se decía en Documenta, aquella gran revista de López Rodó, que sobre las mesas del ministerio de Educación sólo había ejemplares del Boletín Oficial del Estado.

Las ideas como la clase de lectura del hermano Moisés ‘no tienen quién las escriba’…

Ni, a este paso, habrá quién las lea.

 

JP

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