El agradable individuo verde, de orejas en forma de trompetita y sensibles antenas, entrecerró sus enormes ojos dorados y se arrellanó en el sillón.
En pijama, en los otros asientos, estaban todos los miembros de la familia Pérez, ganados por la amabilidad del extraño visitante.
En el jardín, estaba el vehículo circular, irisado, al que un compañero del agradable extraterrestre estaba sometiendo a una pequeña reparación.
Felizmente, el visitante hablaba nuestro idioma, posiblemente aprendido para su misión en este planeta.
Los doce dedos de una de sus manos sostenían el zumo de naranja al que le había invitado la señora Pérez, sin decidirse a beberlo.
–Díganme, ¿cuál es el mayor problema que aflije (sic) a su país?
El señor Pérez consultó a su mujer con la mirada y ella dijo:
–Pues, el paro.
–El, ¿qué? Perdónenme, pero mi vocabulario tiene alguna carencia.
–Que no hay trabajo –aclaró el señor Pérez.
–¡Ah! –dijo el amistoso extraterrestre maravillado–, entonces, ¿en su país ya está todo hecho?
JP, 1988